15 septiembre 2011

el confitado más amargo (viejito, pero me gusta)

tarde de sol, día domingo y las micros ya van llenas; desde sus ventanas las banderas flamean con la velocidad del viento. apuro el paso a la tienda, para comprar una bebida, y le digo a mi primo que mejor salgamos antes de lo pensado, se ve que el estadio hoy se llenará. algunas personas caminan con la camiseta del equipo y los nervios resaltan en su rápido andar. la emoción del fútbol en la piel, recorriendo la sangre con la esperanza del triunfo. de vez en cuando un cántico aislado, una frase de apoyo. también uno que otro hincha rival con su clásico insulto y una piedra que cruza de una vereda a otra. ¿viste? no faltan los hueones, le comento a mi primo mientras vamos de regreso, conversando acerca de la alineación para la tarde. ojalá jueguen bien, pienso para mí; ojalá.

el almuerzo ya ha pasado; una rica comida ha provocado la tentación de la siesta, pero la música relaja la espera e impide el sueño. no falta mucho para empezar a caminar. afuera el calor arrecia, pero eso es lo de menos; lo único que importa en este momento es lo que pasará a las cuatro, cuando el pitazo inicial encienda la emoción y la clasificación se juegue. cabeza de pelota para siempre. los minutos en el velador se ven traicioneros en el reloj, como si tuvieran noción de su juego nervioso. al rato después, un cigarro mientras se lee la prensa escrita, sentado en el medio de esa gran sala de lectura que es el excusado.

finalmente la hora de partir llega. aquí se nos va todo, empieza a configurarse el espectáculo dominguero moviendo multitudes. las cuadras pasan rápido, más hinchas presurosos se reúnen en ese ritual y el ambiente se carga de aquella vieja magia de la que alguna vez me habló mi padre. mi primo está al lado, como la otra vez; se detiene a comprar un gorro y yo recuerdo que en una ocasión, a la salida, compré dos pulseras. pero no nos vayamos para otro lado, me digo, hoy es tarde de fútbol, de esa otra pasión.

y para comprar las entradas hay una cola más larga que la cresta y que parece no avanzar. al lado la bosta de un caballo que perfuma, confabulada con el calor, el apretujón de personas, con varios colándose por ahí. y todo comienza a hacerse aún más lento; un poco lejos se escucha a la barra y esta vez el estruendo es mayor, el equipo tiene el apoyo. y la fila que no avanza, aunque en realidad parece que no existiera. y así hasta estar cerca, cuando un paco le pega a mi primo solo por estar al lado mío. ¿viste? no faltan los hueones, le digo mientras por fin compro las entradas.

cuando consigo ver la cancha los equipos ya están jugando y con mi primo buscamos donde sentarnos. el estadio se ve lleno, solo a un lado tiene un espacio casi vacío, correspondiente a los hinchas del contrincante. por fin, después de casi una hora, me puedo sentar para ver el partido, el entorno que me devuelve la catarsis del fútbol. y estoy sacando un cigarrillo cuando a estos otros se les ocurre hacer un gol y el estadio queda mudo por un segundo. ah, la mierda, empezamos mal. presagios de tardes parecidas se instalan una vez más y pienso en la maldita tendencia a que todo sea cíclico.

al poco rato, el segundo, como manifestación rotunda del azar. pero con cuarenta y cinco minutos por delante, trato de auto esperanzarme. estos son los quince minutos más curiosos de todos. en algo se parecen al preámbulo de los desenlaces. la última oportunidad para beber agua o comprar algo sin perderse un minuto de juego. por cierto, mi primo aprovecha de ir a mear en este lapso, yo creo que es por los nervios, pero no hay nada comprobado. a mí creo que el pichí se me secó cuando vi el segundo gol, y eso también es improbable.

el segundo tiempo parece ínfimo, demasiado corto y nebuloso. la sucesión de emociones en las graderías, bajo explícito efecto de la adrenalina, provoca que los múltiples seres de cada uno converjan en el destino, ese destino efímero, demasiado momentáneo, como esta y otras tardes. casi al inicio de las acciones un cabezazo que abre esperanzas, el centro pasado al que no se le veía futuro y ese grito espontáneo, magnífico, perfecto, que te coloca de pie con los brazos en alto y las cuerdas vocales en pleno desgaste de gol. el carnaval y la fiesta que se instalan. a lo mejor es una tarde de sorpresas, pienso, y también siento a mi alrededor un aroma de mujer, como esas escuetas nostalgias que la alegría en ocasiones devuelve.

y cuando uno va caminando de regreso todos esos recuerdos empiezan a cambiar. aparecen una y otra vez adquiriendo un nuevo significado en cada oportunidad. el tercero de ellos fue una puñalada bien elaborada. y todo cambió; mi primo no lo quería creer y no podía. los minutos se fueron, no pasaron ni hubo apuro, simplemente se largaron. no había magia ni algo con que soñar. y ahora que se regresa a casa el paso es más lento; nuestra procesión dominical avanza por la avenida y cada rostro, palabra o gesto refleja la decepción, esa tristeza y agonía que torna lúgubre la caminata; las micros llenas pero con el ruido habitual, cual día de semana. otra vez perdimos. como la semana pasada, cuando estuve viendo el partido de ida en la fuente de soda, recordando que alguna vez la recordé allí. qué le vamos a hacer, me pregunto en voz alta y mi primo contesta, mientras palmea mi espalda, que lo de siempre, acompañar al equipo y alentarlo.

ya no hay papel picado en las calles y, antes de abrir la reja de la casa, veo en el suelo un talonario de quizás qué entrada, lo recojo y guardo como recuerdo. llego a mi cuarto a esperar el comentario nocturno sobre el encuentro. y en el momento que saco el último maní me acuerdo de la pelea con la Alejandra, el festejo perfecto para la amarga cábala de comprar a la salida. ¿nos vamos a ver mañana en la tarde, cierto? no amor, mañana en la tarde juega la “U”...

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